viernes, 13 de agosto de 2010

LA LEYENDA DEL TÉ




La más extendida sobre el origen del té cuenta que en el siglo XXVIII a.j.c. el emperador Sheng Tung ordenó que su pueblo tomase sólo agua hervida para prevenir la extensión de las epidemias. Él mismo daba ejemplo, pero, hallándose de viaje un día, sintió sed y en medio del bosque le indicó a su sirviente que procediese a hervir agua. En ese instante un soplo de aire arrancó dos hojas de un brote de un arbusto que fueron a caer sobre el agua hirviendo. Se levantó un ligero y agradable aroma y Sheng Tung, que tenía el fino olfato de los príncipes, lo percibió al momento. Aquel líquido le pareció delicioso. Había nacido el té, que desde entonces alivia la sed del pueblo chino y de otros muchos de la Tierra.
Desde China el té se fue propagando gradualmente por el mundo. Hacia el siglo IX, unos monjes budistas lo introdujeron en Japón, donde primero fue privilegio del emperador y de la aristocracia para pasar pronto a ser bebida nacional.
En Europa lo dio a conocer hacia 1560 el escritor veneciano Rumasio. Sin embargo los verdaderos introductores fueron los mercaderes holandeses, que lo importaron de sus colonias de las Indias Orientales. En 1662 Catalina de Braganza con Carlos III y su corte lo introdujeron en los ambientes ingleses.

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