jueves, 29 de julio de 2010

"Así están hechos los hombres: por una razón misteriosa se ven dominados a intervalos regulares por un frenesí sanguinario, una embriaguez violenta a la que son incapaces de resistirse. Se encuentran en vastos campos abiertos formados uno al lado de otro y luego a una señal, a un toque de trompeta, cargan contra las filas enemigas donde se hallan reunidos otros hombres que no les han hecho nada malo y se lanzan al ataque gritando con toda la fuerza de que son capaces. Gritan para vencer el miedo que los atenaza. Momentos antes del ataque muchos de ellos tiemblan, tienen sudores fríos, otros lloran en silencio o incluso son incapaces de retener la orina que corre tibia por sus piernas hasta mojar el terreno.

En ese momento esperan la muerte, la Cer, envuelta de negro que pasa invisible entre las filas mirando con sus cuencas vacías a los que van a caer enseguida, luego a los que habrán de morir a continuación y, finalmente, a los que morirán los días después por las heridas sufridas. Sienten su mirada sobre ellos y se estremecen.

Ese momento es tan insoportable que si durara más los mataría. Ningún comandante lo prolonga más del mínimo necesario: en cuanto puede desencadena la lucha. Recorren el terreno que los separa del adversario corriendo velocísimos y luego se lanzan sobre los enemigos como golpes de mar contra los acantilados. La colisión es espantosa. En los primeros instantes el derramamiento de sangre es tal que el terreno se impregna completamente de ella. El hierro se hunde en la carne, las mazas quiebran los cráneos, las lanzas traspasan escudos y corazas partiendo el corazón, desgarrando el pecho o el vientre. Imposible resistir mucho tiempo a semejante tempestad de furia.

La horrenda carnicería se prolonga normalmente por espacio de una hora o poco más, tras lo cual una de las dos filas cede y comienza a retroceder. A menudo la retirada se convierte en una desordenada fuga y, entonces, la destrucción se convierte en matanza. Los fugitivos son asesinados en masa sin piedad mientras les quedan energías a los vencedores. A la puesta de sol los representantes de ambos bandos se encuentran en campo neutral y negocian una tregua, luego cada uno recoge a sus muertos.

Sí, esta es la locura de los hombres".

VALERIO MASSSIMO MANFREDI ("EL EJÉRCITO PERDIDO")

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