domingo, 18 de julio de 2010







Una persona era feliz, me explicaba ella, cuando se sentía bien, alegre, creadora, satisfecha, amada y libre. Una persona infeliz tenía la sensación de que existían barreras que aplastaban los deseos y talentos que poseía. Una mujer feliz era aquella que podía ejercer toda clase de derechos, desde el derecho a moverse hasta el derecho a crear, competir y retar, y, al mismo tiempo, sentirse amada por hacerlo. Parte de la felicidad consistía en ser amada por un hombre que gozara de la fortaleza de su mujer y se enorgulleciera de sus talentos. La felicidad también tenía que ver con el derecho a la intimidad, el derecho a renunciar a la compañía de los demás y sumirse en la soledad contemplativa. O sentarse durante todo un día sin hacer nada ni tener que excusarse o sentirse culpable por ello. La felicidad era estar con los seres amados y aún sentir que se existía como ser individual, que no se vivía sólo para hacerlos felices. La feliciad era el equilibrio entre lo que se daba y lo que se recibía.


(Extracto del libro "Sueños en el umbral" de Fátima Mernissi)


No hay comentarios:

Publicar un comentario